Las polémicas caricaturas de Mahoma, que han provocado una
virulenta reacción en el mundo islámico y una grave crisis entre
Occidente y el Islam, se publicaron el pasado mes de septiembre en
el diario danés «Jyllands-Posten». Más allá de la queja formal
expresada por la pequeña comunidad musulmana del país nórdico, el
asunto nunca pareció que fuera a trascender la política nacional
danesa. Pero en diciembre de 2005, tres meses después de la
publicación de las viñetas, los líderes de 57 países islámicos se
reunieron en La Meca (Arabia Saudí) para coordinar su repulsa a lo
que calificaron de ofensa a sus creencias, según informó ayer el
diario estadounidense «The New York Times».
La declaración expresaba «la preocupación por el incremento del
odio hacia el islam y los musulmanes, y condenaba la «profanación
de la imagen del sagrado profeta Mahoma en los medios de ciertos
países», que «usan la libertad de expresión como pretexto para
difamar a las religiones».
En la agenda de ese encuentro figuraba, paradójicamente, el
estudio de medidas para frenar el creciente extremismo religioso en
la zona, pero en ningún caso el controvertido asunto de los dibujos
sobre Mahoma.
En los debates que se produjeron entre bambalinas, en cambio, la
publicación de las caricaturas satíricas centró toda la atención.
Hasta el punto de que en el comunicado final del encuentro se
plasmó la creciente preocupación de los países ofendidos por las
representaciones que desde Europa se hacían de Mahoma.
El encuentro de La Meca, una ciudad donde los no musulmanes
están prohibidos, pasó desapercibido por la prensa occidental pese
a la presencia en el mismo de líderes tan controvertidos como el
presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, enfrentado con la
comunidad internacional por su decisión de desarrollar un programa
nuclear propio.
Fue a raíz de esta reunión de la Conferencia Islámica cuando la
irritación en el mundo islámico por las caricaturas fue en
vertiginoso aumento, con la complicidad de algunos países islámicos
que agitaron el fuego entre sus ciudadanos. Así, países como Siria
e Irán, conocidos por sus posiciones extremistas, emplearon los
medios oficiales como potentes altavoces para denunciar con
virulencia la publicación de las caricaturas del profeta.
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