Alex, un chileno exiliado de su país apenas dos semanas después del golpe de Estado de 1973, señalaba en medio de la celebración que «lamentablemente Pinochet murió libre, sin pagar por ninguno de sus crímenes».
Su compatriota Rosa explicaba que sentía «una mezcla de felicidad por la desaparición física de Pinochet y de tristeza porque no hubo tiempo de que pagara el daño que hizo».
Entre cánticos de «¡Viva Chile sin Pinochet!» o «Ya murió el dictador», y de danzas como la «cueca», el baile nacional chileno, discurrió un festejo improvisado del que no faltó la «inmortalización» fotográfica de los viandantes.
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