El 11 de septiembre de 1973 Pinochet instaló cruentamente en Chile una dictadura que rompió 150 años de historia democrática y cambió la vida de sus habitantes.
La imagen de La Moneda en llamas, de los estadios convertidos en prisiones y de hogueras alimentadas por miles de libros quedaron para siempre en la retina de los chilenos.
En menos de un mes, todas las instituciones democráticas, que enorgullecían a los chilenos, se extinguieron a fuerza de bandos militares y decretos.
El mismo día del golpe, mientras Salvador Allende moría en La Moneda, los comandantes en jefe se constituyeron como Junta Militar, declararon el país en «guerra interna« y decretaron el estado de sitio, que se prorrogó, salvo breves paréntesis, hasta 1987.
Augusto Pinochet, José Toribio Merino, Gustavo Leigh y César Mendoza asumieron así el poder total ante un país estupefacto, dividido y atemorizado.
Disolvieron el Congreso, proscribieron los partidos políticos y los registros electorales fueron incinerados, controlaron las universidades y la cultura sufrió un violento «apagón«, que se encendería nuevamente, poco a poco, a contrapelo de la represión y la censura.
Pinochet, que se declaró jefe de la Junta, ejerció el poder con mano de hierro hasta 1990, años en los que implantó un modelo neoliberal a ultranza que si bien saneó la economía y acabó con la inflación, dejó más de 5 millones de pobres, según cifras oficiales.
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