Fillon, que prometió «defender la identidad» de Francia, apostó por darle un «lugar eminente en el nuevo siglo» frente a los retos, que pueden afrontarse con «pasión y confianza en el futuro».
Al mismo tiempo, prometió estar «a la escucha de todos porque Francia en movimiento necesita a todos», y, al recalcar que «servir a Francia es actuar por el interés general uniendo a la Nación», se refirió al «espíritu de apertura» prometido por Sarkozy. Una apertura que debe manifestarse con la entrada de socialistas y centristas, junto a conservadores de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), en el Gobierno, cuya composición debe conocerse hoy, antes del primer Consejo de ministros programado para la tarde, a tono con la voluntad del flamante presidente de actuar «de prisa».
Procedente del «gaullismo social», con experiencia gubernamental (ocupó cuatro carteras) y desde hace dos años en fiel consejero de Sarkozy, que dijo de él que es «más que perfecto», Fillon necesitará todas sus dotes de hábil negociador para aplicar el programa de «ruptura» del presidente. Bajo sus aires de ponderación, que contrasta con la imagen del movimiento perpetuo del presidente, el nuevo primer ministro esconde una férrea determinación.
Como ministro de Asuntos Sociales del Ejecutivo de Jean-Pierre Raffarin, impuso en 2003 la reforma de las pensiones, pese a las huelgas organizadas.
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