Una soldado de Infantería israelí acude a votar a una mesa improvisada en una base militar. Foto: JIM HOLANDER/EFE

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EUROPA PRESS-JERUSAÉN

Hoy los israelíes elegirán una nueva Knesset (Parlamento), en la que los partidos derechistas como el Likud o Yisrael Beiteinu (YB, Nuestro Hogar es Israel) esperan lograr una importante representación que les permita liderar un gobierno de coalición. La dudosa eficacia de las ofensivas militares del Gobierno de Ehud Olmert (Kadima) en Líbano y la Franja de Gaza parecen haber propiciado una deriva derechista en la sociedad israelí.

Las últimas encuestas publicadas antes de la votación conceden al Likud 25 escaños, 23 para el Kadima y 19 para YB. El Partido Laborista se haría con 16 escaños, y formaciones como el Shas o el Partido de los Pensionistas acumularían aproximadamente 10 escaños cada una.

El nuevo gobierno que se forme tras los comicios anticipados convocados a raíz de la dimisión de Olmert por un escándalo de corrupción tendrá el reto de reforzar al presidente palestino, Mahmud Abbas, único interlocutor actualmente válido para Israel con vistas a la firma de un acuerdo de paz definitivo.

Sin embargo, la derecha israelí ha hecho de su negativa a aceptar ciertas reivindicaciones históricas de los palestinos una bandera electoral y ningún dirigente palestino, ni siquiera Abbas, aceptará un Estado palestino sin Jerusalén Este, sin el retorno de los refugiados o con unas competencias exteriores y de seguridad reducidas.

El principal candidato a la jefatura del Gobierno es Benjamín Netanyahu, líder del Likud, quien se ha pasado los últimos días de la campaña intentando frenar la fuga de votos de su partido al YB del ahora ministro Avigdor Lieberman con significadas visitas a los Altos del Golán o al Monte de los Olivos, región cercana a Jerusalén en la que la mayoría de los habitantes son árabes con ciudadanía israelí.

El discurso es claro: las concesiones a los palestinos y la retirada de la Franja sólo ha provocado un fortalecimiento de los grupos islamistas radicales que aspiran a la destrucción de Israel como Estado judío.

Netanyahu promete «paz y seguridad», una política que ya pudo poner en práctica cuando ocupó el puesto de primer ministro, entre 1996 y 1999. Entonces tuvo que lidiar con Arafat, a quien entregó la casi totalidad de la ciudad cisjordana de Hebrón, rompiendo así la promesa del Likud de no entregar ningún emplazamiento bíblico.