La caída del gobierno de coalición presidido por el democristiano flamenco Yves Leterme a causa del eterno conflicto lingüístico entre neerlandófonos y francófonos ha forzado el adelantamiento de los comicios en un momento económico crítico y a pocas semanas de que Bélgica asuma la presidencia rotatoria de la Unión Europea.
Pero también ha hecho que la unidad del país haya dejado de ser un tema tabú, al volver a poner en evidencia las dificultades para llegar a acuerdos entre las dos principales comunidades lingüísticas.
«¿Este país tiene todavía sentido?, ¿o, por decirlo de otra manera, flamencos y franceses todavía quieren vivir juntos? La pregunta ha estado implícita en la filigrana de todas las negociaciones (y crisis). Pero, ha sido planteada oficialmente por primera vez durante esta campaña», escribe la especialista en política del diario francófono Le Soir Véronique Lamquin, en una columna publicada ayer.
En este sentido, Lamquin considera clave el hecho de que los partidos francófonos se hayan sumado por primera vez al compromiso de los flamencos de llevar a cabo una «gran reforma del Estado», por lo que reitera: «El plan B ya no es tabú».
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