El líder espiritual y político de los tibetanos, en la conmemoración del 52 aniversario del levantamiento del Tíbet. | STRINGER/INDIA

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El Dalai Lama anunció ayer su intención de ceder el poder político formal que ostenta como jefe de las autoridades tibetanas en el exilio a una figura «libremente elegida» por su pueblo.

En un comunicado con motivo del 52 aniversario de la fallida insurrección tibetana contra China, el Dalai Lama explicó que en la próxima sesión del Parlamento, que comenzará el próximo lunes, propondrá «formalmente» que se enmiende la Constitución para hacer posible su deseo de «transferir la autoridad» a un líder electo.

A sus 75 años, el líder espiritual y político de los tibetanos, exiliado en la India, aseveró que su decisión «no tiene nada que ver con un deseo de eludir responsabilidades» y recordó que ha venido proponiendo su retiro desde hace tiempo.

«Desde la década del 1960, he puesto énfasis en que los tibetanos necesitan un líder libremente elegido por el pueblo tibetano, a quien yo pueda delegar el poder. Ahora, claramente, ha llegado el momento de poner esto en práctica», expresó el Dalai Lama, que negó que esto signifique que se sienta «descorazonado» y prometió seguir cumpliendo con su parte en la «causa justa del Tíbet.

El futuro del Tíbet

En el comunicado, el Dalai repasó los pocos avances en las negociaciones con China sobre el futuro del Tíbet, para el que volvió a reivindicar una «autonomía genuina».

El Dalai Lama se ha visto en los últimos años aquejado de problemas de salud, lo que le obligó a relajar su agenda oficial, aunque sus viajes al extranjero, reuniones con mandatarios y seminarios de filosofía y práctica budista siguen siendo habituales.

El Gobierno chino, que considera al Dalai Lama un peligroso separatista responsable de provocar inestabilidad en el Tíbet, tachó ayer su renuncia de «treta».

Renunciando a sus poderes políticos, el Dalai Lama, ha complicado la capacidad de China de influir en el movimiento independentista tras su muerte, según los analistas.

Por su parte, los tibetanos temen que Pekín aproveche la espinosa cuestión de la sucesión para dividir al movimiento con un nuevo Lama designado por los exiliados y otro nombrado por China a su muerte.