Según Bolsonaro, las elecciones «le dieron voz a quien no era oído» y a él lo pusieron «al frente de la nación» para servir a la «patria», a «Dios» y a todo el pueblo brasileño.
El mandatario indicó que «aún hay muchos desafíos por delante» y que no se puede dejar que «ideologías nefastas dividan a los brasileños» y «destruyan» a las familias. En este sentido, se comprometió a «restablecer los valores éticos y morales» y acabar con la «corrupción», los «privilegios» y las «ventajas» ilícitas, para que «el Gobierno y la economía sirvan a toda la nación». «Todo lo que propusimos y todo lo que haremos tiene un propósito común e innegociable, que son los intereses de los brasileños en primer lugar», añadió.
Bolsonaro, un capitán de la reserva del Ejército nostálgico de la dictadura militar (1964-1985), sacó de uno de los bolsillos de su traje una bandera de Brasil y la ondeó ante la muchedumbre que gritaba «¡Mito, mito, mito!», como sus simpatizantes le apodan. «Esta es nuestra bandera, que jamás será roja. Solo será roja, si es necesario, con nuestra sangre para mantenerla verde y amarilla», declaró.
Instantes antes reiteró que el «gran desafío» durante su Gobierno será «hacer frente a los efectos de la crisis económica, el desempleo récord» y la «deconstrucción de la familia». «El brasileño puede y debe soñar con una vida mejor», apuntó, y agregó que impulsará las «transformaciones» que necesita el país por medio de la explotación de los «recursos minerales» y de las «tierras fértiles bendecidas por Dios y por el pueblo».
«Vamos en busca de un nuevo tiempo para Brasil y los brasileños. Por mucho tiempo se atendió a intereses partidarios y no de los brasileños, vamos a restablecer el orden en este país», exclamó para volver a citar su lema: «Brasil por encima de todo y Dios por encima de todos».
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