Nos hemos acostumbrado un poco más a ver los molinos de viento generadores de energía eólica en los montes y pronto tal vez nos acostumbremos a verlos en el mar. Y es que el viento ofrece importantes oportunidades energéticas, también, lejos de la costa. Algunos enclaves escandinavos hace algún tiempo que progresan con estos prototipos, un trabajo en el que colaboran con Países Bajos y Alemania. En España, el Gobierno sopesa su aplicación, y según expresaron fuentes del Govern balear el norte de Menorca podría ser una zona abonada para este tipo de proyectos, siempre y cuando se respeten los condicionantes ambientales.
Sus ventajas tiene como por ejemplo la escasa estacionalidad, puesto que en invierno incluso sopla más viento que en otras épocas del año. Con este objetivo en mente el pasado mes de mayo los gobiernos de Alemania, Bélgica, Dinamarca y Países Bajos suscribieron la llamada Declaración de Esbjerg en la que establecieron unos objetivos ambiciosos, en la senda de ir reduciendo la gran dependencia europea de las materias primas rusas.
En aquella declaración se avaló que la seguridad energética y la lucha contra el cambio climático son cruciales para el futuro de la UE, y la guerra en Ucrania no ha hecho más que acelerar la senda de reducción de combustibles fósiles con cambios que respalden tanto la neutralidad climática como la seguridad energética. Para ello se proyecta que el mar del Norte sea una gigantesca 'planta' de energía verde con la producción eólica marina masiva y el hidrógeno verde como ejes de actuación principales.
«Nuestro objetivo es una construcción rentable de energía eólica marina que coseche el potencial del mar del Norte de la manera más beneficiosa tanto para los países conectados como para los de la Unión Europea en general», reza la citada Declaración de Esbjerg. Las intenciones marcan alcanzar el techo de 65 gigavatios (GW) para 2030 y de 150 para 2050 en el caso de la eólica; y de 20 GW en el del hidrógeno verde. Para contextualizarlo, el Ayuntamiento de Madrid consumió unos 570 gigavatios el año 2020.
Los entendidos destacan que estas fuentes de energía alternativas tienen una ventaja más: no son estacionales y se pueden explotar de una forma regular la mayor parte del año. Algo parecido sucede con otra idea científica novedosa. Probablemente llevara años proyectada, pero la necesidad de encontrar alternativas al gas ruso en tiempo récord ha estimulado que este tipo de iniciativas fructifiquen y se conviertan en realidad.
Hablamos de los paneles solares, aunque no de aquellos paneles solares que todos probablemente tengamos en mente. Algunos ingenieros se han especializado en la idea de crear grandes superficies de paneles solares flotantes, en alta mar o sobre un embalse, por ejemplo. De hecho Portugal acaba de estrenar un proyecto ambicioso que se beneficia de que los sistemas estén integrados en el agua. Ello les aporta una mayor refrigeración, y se traduce en una mayor eficiencia a la hora de generar energía.
El de Portugal está formado por 12.000 placas solares sobre el embalse de Alqueva, el equivalente a las dimensiones de cuatro campos de fútbol juntos, y suministran energía a unas 1.500 familias. Los paneles producen 7,5 gigavatios en un año y con un complemento de baterías de litio pueden almacenar otros 2 gigavatios. El embalse de Alqueva también produce energía hidráulica y así el exceso de energía solar permite bombear agua al pantano y almacenarla para utilizarla cuando predominan las nubes en el cielo o bien es de noche.
En los últimos tiempos las islas solares han proliferado alrededor de todo el globo y la alternativa de instalarlas sobre las aguas permite que este medio verde de obtención de energía funcione mejor en latitudes más cálidas como las nuestras. ¿Veremos algún día un campo de paneles solares 'nadando' en las bahías de Palma o Alcúdia, o en el Gorg Blau? El tiempo lo dirá y nada es del todo descartable en el momento histórico que vivimos.
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