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Si existe un personaje del franquismo cuya relevancia durante la dictadura corre pareja al olvido en que ha caído su figura desde 1975, éste es sin duda Luis Carrero Blanco, de cuya muerte se cumplen hoy 25 años. Próximo a Franco desde 1942, Carrero se convirtió de forma paulatina en el eje central de un régimen que, especialmente a partir de los 50, hizo todo lo posible por dejar atrás los presupuestos ideológicos -sobre todo los falangistas- mantenidos durante la anterior etapa. Carrero, por así decirlo, fue el artífice de la «modernización» del sistema y de su evolución desde una especie de fascismo doctrinal hacia una dictadura ultracatólica que derivaría finalmente a un absolutismo tecnocrático. La decisión de Franco de hacer de él en 1973 el primer jefe de Gobierno (recuérdese que el dictador reunía hasta entonces la doble condición de jefe de Estado y de Gobierno) del franquismo, no hace sino dar carta de naturaleza a una situación en la que Carrero orquestaba el poder a la sombra de un Franco ya en plena decrepitud. Todo ello convierte en particularmente extraño el ostracismo al que se ha «condenado» a este personaje tan sencillo como poco sugestivo. Tras el magnicidio del 20 de diciembre de 1973, los demócratas españoles hablan de Carrero con cierto alivio al suponer que su presencia política hubiera obstaculizado el camino hacia las libertades. Mientras que los nostálgicos del régimen no saben si dar por buena esta versión, o admitir simplemente que el poderoso almirante ya les había traicionado cuando ETA acabó con su vida. La hipótesis de un Carrero convertido en dique de contención de la transición de España hacia la democracia, que se manejó desde el principio, parece hoy poco consistente. En primer lugar, porque Carrero fue sin duda el principal impulsor de Juan Carlos como heredero de Franco. Por otra parte, un pueblo español maduro ya para la libertad posiblemente se hubiera sobrepuesto a toda tutela. Sea como fuere, Carrero está ahí: olvidado, difuminada su figura hasta en lo que concierne al atentado que le costó la vida. Resulta algo paradójico.