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C uando uno atiende a las cifras que se manejan anualmente en concepto de ayudas de los países ricos a los más pobres, y siempre admitiendo que podrían ser aún más crecidas, lo cierto es que cuesta comprender cómo las cosas pueden llegar a ir tan mal en tantos lugares del planeta. Cada año los países poderosos facilitan una ayuda exterior de 60.000 millones de dólares a los más necesitados. Es muchísimo dinero y aunque los problemas y las necesidades también son grandes, parece no obstante la inversión de que semejante capital podría traducirse en mejores resultados. ¿Qué ocurre? La solución puede encontrarse en determinados estudios recientemente llevados a cabo desde círculos próximos al Banco Mundial. Existe inicialmente una razón genérica: y es que la ayuda prestada difícilmente puede servir de gran cosa en un entorno económico degradado. Tengamos en cuenta que hablamos de países crónicamente taraceados por una pésima política económica, una corrupción desmesurada y un sistema macroeconómico de aterradora fragilidad. Por otra parte, ocurre muchas veces que al estar ahogados por la deuda los países que reciben las ayudas, emplean éstas en pagar sus deudas precisamente a los países y agencias internacionales que les han prestado esas ayudas. Con lo cual lo único que se consigue es reciclar ese dinero, impidiendo que los préstamos queden sin saldar. En suma, todo un proceso estéril. Si a ello le añadimos que el procedimiento por el que se efectúa la ayuda está plagado de fallos (préstamos en lugar de subvenciones; pagos a empresas nacionales de los países ricos para que vendan a los pobres, productos manifiestamente innecesarios...), resulta evidente que la famosa «ayuda exterior» no contribuye a «ayudar» gran cosa. Con tanto dinero se podrían hacer muchas más cosas. Pero para eso se requeriría que la ayuda estuviera mejor repartida, que las deudas se cancelaran sin esperar a que el dinero de las ayudas las saldara, y que ese dinero se empleara en empresas que fomentaran avances científicos y tecnológicos en lugares muy necesitados de ellos. En resumidas cuentas, algo tan sabido como lo de enseñar a pescar, en lugar de repartir peces.