Sin sufrir control de ningún tipo, el jeep se detuvo habiendo sobrepasado en medio kilómetro la Casa Amarilla, enfrente del río y a la derecha del barracón de dos plantas donde el jefe del penal, Juan Carlos Espín, ha instalado sus reales. El barracón alargado en el que viven los presos europeos ha quedado unos metros por detrás. Tal y como nos había anunciado el vicecónsul, nuestros compatriotas nos estaban aguardado en la calle, cerquita de la estatua de Simón Bolívar. Son seis, que salen a nuestro encuentro, saludándonos con cierta efusión.
El senador, el cónsul español y el vicecónsul se sientan junto a dos literas, y los presos, unos en el suelo, otros en sillas blancas, de plástico, hacen lo mismo. Se les explica lo de los talones y los chicos lo entienden y aceptan. «Es mejor que nos traigan el dinero en mano, porque si desde aquí nos lo han de llevar a cambiar al banco, seguro que más de la mitad se pierde en el camino». Para hacerles más llevadera la espera, Jaén Palacios les compra dos cartones de tabaco y les entrega cien dólares, un pequeño capital allí.
Por lo que cuentan, todos los presos españoles que se encuentran en El Dorado cumplen una condena de diez años por tráfico de drogas. Y, ya ven, a todos los pillaron en el mismo lugar, el aeropuerto de Isla de Margarita, tratando de pasar el control. Los hay, como el mallorquín Francisco Villasul González, nacido en Palma y criado en Manacor hasta los siete u ocho años, y hasta el día de su detención, en Margarita, vecino de Palencia, donde trabajaba en un almacén, que era la primera vez que trataba de traficar.
Posiblemente en El Dorado haya mil presos, o tal vez más, distribuidos en tres sectores: los muy peligrosos, en la casa amarilla; los peligrosos, en los pabellones que hemos hallado al poco de entrar, a la derecha, rodeados de alambre de espino, y los de régimen abierto, que es donde nos hallamos, entre los que están los españoles. Son tres mundos que sólo tienen en común que carecen de libertad, pero muy distintos los unos de los otros. De nuevo en el exterior, y cerca del río, preguntamos a un recluso que dice ser colombiano por qué no se escapan, «pues con cruzar el río...».
«No crea que es sencillo. El río está lleno de peces carnívoros. Si logras cruzarlo, te encuentras con la selva ... y como ésos "señala a la Guardia Nacional" te descubran, amparándose en la ley de fugas, dispararán. Así que ante ese panorama, lo mejor es quedarse aquí».
Tras despedirnos de nuestros compatriotas, regresamos a la aldea cruzando el río en lancha en apenas dos minutos. Y ya en Caracas, el secretario del senador Jaén Palacios, vía fax, le informa de que el Consejo de Ministros ha aprobado la extradición del preso mallorquín para que cumpla condena en España.
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