J uan Antonio Samaranch es el ejemplo más emblemático de la
pervivencia en el poder por encima de cualquier circunstancia. Fue
uno de los pioneros del hockey sobre patines jugando en el primer
equipo del RCD Español, que suprimió esta sección hace ya muchos
años. Allí empezó una carrera deportiva que le llevó a ser delegado
nacional de Deportes durante el franquismo. Los grandes rasgos de
su vida pública se concretan en su paso por la Embajada de España
en la Unión Soviética, la presidencia de la Diputación de
Barcelona, cuando se agotaba el franquismo, y, finalmente, la
presidencia del Comité Olímpico Internacional.
A casi veinte años de ejercer su cargo, compartiéndolo con la
presidencia de La Caixa, a Samaranch le ha estallado en las manos
la bomba de la corrupción con consecuencias aún imprevisibles,
porque la catarsis que ha emprendido no parece suficiente por el
momento, ya que, cuando ya creía cerrada la crisis, se producen
nuevos acontecimientos. Ayer dimitió otro miembro africano del
comité y saltó la noticia de un posible caso de corrupción que
implica a un realizador español de televisión.
Incluso la candidatura de Barcelona'92, que se tomó como ejemplo
de limpieza y perfección, se ha visto salpicada y el entonces
alcalde de la ciudad, Pasqual Maragall, ha tenido que negar
rotundamente cualquier irregularidad. Pero Samaranch está ante un
compromiso serio: algunos países ya piden su dimisión como máximo
responsable del escándalo, mientras él cree que debe permanecer en
el cargo por dos razones: su pretensión de acabar de limpiar el COI
y su intención de poner el cargo a disposición del propio COI. En
cualquier caso, incluso su gestión ha sido cuestionada por cuanto
el escándalo se ha desatado bajo su presidencia. Por ello, es
preciso que contribuya a despejar incógnitas y aclarar qué es lo
que ha sucedido.
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