La diáspora kurda no solamente se extiende por todos los Estados
que han sometido al Kurdistán en su propia tierra impidiéndole
constituirse a su vez en Estado libre e independiente, sino a lo
largo de todo el mundo donde intentan conquistar su legítimo
derecho a la autodeterminación por todos los medios posibles,
legales o no, hay que reconocerlo. Cierto es que, como dijo el
presidente Aznar, el PKK ha recurrido a la violencia, pero más
cierto es que los kurdos son las grandes víctimas de varios
Estados, entre ellos Turquía, que aspira a formar parte de una
Europa que rechaza su régimen político y sus sistemas
antidemocráticos más propios de una dictadura militar.
El secuestro en Kenia de Abdalá Ocalan, líder del Partido de los
Trabajadores del Kurdistán, PKK, por parte de un comando turco, es
una buena muestra del tipo de respeto que Turquía siente por el
derecho y las relaciones internacionales y el pueblo kurdo. En este
sentido, Israel, cuyo antecedente del secuestro de Eichmann en
Argentina no deja lugar a dudas sobre sus métodos, ha resuelto un
intento de ocupación de su consulado general en Berlín con un saldo
de tres kurdos muertos.
Las protestas kurdas se han intensificado en todo el mundo y la
situación de este pueblo perseguido y marginado, a quien nadie
presta ayuda en sus legítimas reivindicaciones, ha empeorado
sensiblemente. Los turcos van a juzgar a Ocalan a través de un
sistema sin garantías que provoca la indefensión del secuestrado,
sin observadores internacionales y con una sentencia prevista.
Todo ello con la hipócrita complicidad de Europa, que se lava
las manos ante esta situación y actuación de un aliado al que
respeta como un buen cliente. Por su parte, los Estados Unidos
miran hacia otro lado y protegen a un aliado militar en una zona
estratégica vital. Todo muy penoso.
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