Si ayer hablábamos del papel de Rusia en el nuevo orden mundial,
que ha relegado a la gran Rusia a un papel de comparsa, cabe
reflexionar seriamente sobre el de la ONU cuyo secretario general,
un hombre gris y poco eficaz como Kofi Annan, vaga por el mundo
como un triste personaje sin el menor poder de decisión, ni
siquiera de la menor influencia.
La ONU ha quedado absolutamente obviada en cualquier decisión
acerca de la solución bélica en el conflicto interno Yugoslavo que,
por la sanguinaria represión de Slobodan Milosevic y su nula
disposición a un pacto, ha sido precisa para salvar a los kosovares
del genocidio total.
La OTAN ha tomado cartas en el asunto y ha decidido y atacado
sin que la ONU tuviera otra influencia que la de contemplar, desde
la orilla del Hudson, cómo la alianza atlántica le hacía el trabajo
sucio. Entre otras cosas por dos razones primordiales. La primera
de ellas es que en el Consejo de Seguridad las cinco grandes
potencias tienen el derecho a veto. Dado que China es una de ellas
y Rusia es considerada la heredera de otra "la Unión Soviética",
resulta imposible totalmente que la ONU autorizara la
actuación.
La otra razón es que el aparato de la ONU es anticuado y lento y
la decisión de una acción militar debe meditarse mucho y sopesar
muy bien sus consecuencias, pero la decisión no debe ser sometida a
trabas burocráticas. Cada vez más, la ONU viene demostrando su
obsolescencia y la ineficacia de su gestión. El ejemplo de la
suplantación de sus funciones, por parte de la OTAN, resulta triste
y ejemplarizante: hay que repasar el papel de las Naciones Unidas y
replantearse su funcionamiento. Y, muy especialmente, eliminar ese
anacronismo, entre otros, que es el derecho de cinco naciones al
veto. O acabará siendo un cacharro viejo.
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