Lola es discreta y prudente. No le gusta aparecer en las fotos, ni
asistir a muchos actos, ni va por la vida como alcaldesa, ni
preocupar al marido, el batle Fageda, con problemas que ella pueda
resolver... u ocultar, «porque le veo a veces tan cansado, que no
le cuento nada. ¿Para qué? Bastante hace con lo que hace cada día.
Bastantes problemas que resolver a diario para que desde casa le
planteemos o le transmitamos más».
Cuando no hace mucho su marido le comunicó que iba en las listas
de Cort como número uno, Lola puso gesto de resignación. «Son ya
ocho años los que es alcalde, más no sé cuántos en la oposición.
Mucho, pero es su vida. Vive para eso... y también para nosotros,
aunque no nos ve lo que supongo quisiera. Siempre de un lado a
otro. ¡Pero si no para! Hay días que, de verdad, no me explico de
dónde puede sacar las fuerzas...».
Lola está en casa haciendo la comida. «Mi nieta y yo, hoy
comeremos lentejas». Nos cuenta que hay días en que lleva tal lío
con el número de personas que espera a comer, y que al final no
llegan, «que hago comida y luego la tengo que guardar. Porque, ya
digo: en casa nunca podemos prever cuántos nos vamos a sentar a la
mesa. Juan dice que viene, pero le sale un compromiso y no viene;
dos de mis hijos están casados y el otro, a veces viene, a veces
no. Hoy, ¿ves?, lo tengo claro: sólo comeremos Inés y yo». A Lola
no le quita el sueño la moda. El ir a la moda, mejor. «Voy a la
peluquería de vez en cuando, a hacerme unas mechas... En cuanto a
ropa, pues no me compro mucha». Tampoco le preocupa la soledad.
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