Anoche, por espacio de 22 minutos, el cielo de Palma fue un
festival de luz y sonido. Con menos público, ni tan largo como el
del Aigua i foc, de la noche de Sant Sebastià, pero en proporción
"aquel costó 23 millones más IVA y este 5 con IVA incluido", el
castillo de fuegos artificiales, o de colección, de anoche, fue de
idéntica calidad que la de aquel.
Por la mañana, Domingo López, responsable del tinglado
pirotécnico, había declarado que utilizarían 2.000 kilos de mezcla
explosiva convertida en morteros, distribuída cuidadosamente en
unos 8.000 lanzamorteros. «El mayor de los morteros lleva 21 kilos
de carga; el menor, 750 gramos».
A las diez de la noche, tras haber finalizado el concierto de
s´Almudaina, con las autoridades eclesiásticas, autonómicas y
municipales en su sitio asignado, así como algún que otro candidato
de otros partidos perdido entre el gentío que se dio cita en las
murallas, Parc de la Mar y alrededores, Domingo dio el sus con dos
pepinazos y, desde el ordenador instalado en el interior de la
caseta, a través de 14.000 metros de cable se puso en marcha la
función. El cielo se llenó de luces multicolores y de ruidos de
diversa intensidad que se pudieron ver, y escuchar, desde muchos
lugares, algunos bastante lejanos.
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