Las primeras actuaciones del Govern, Parlament y Consell de
Mallorca no pueden ser calificadas de muy afortunadas. La
ciudadanía, pendiente de los primeros gestos del pacto
nacionalista-progresista, se ve sorprendida. Éste es el breve
balance inicial: Primero, aumentar el número de consellers del
Govern, para contentar a los líderes de los partidos coaligados y
puedan, así, ocupar tan alto cargo en el Ejecutivo; aumentar,
consecuentemente, el parque automovilístico del Govern, que ha
quedado insuficiente; y dotar al presidente Antich de un nuevo
vehículo que sustituya al utilizado por Cañellas y Matas.
Segundo, aumentar el sueldo de los altos cargos del Consell,
para equipararlo a los del Govern, una subida tan criticable como
la realizada por los ayuntamientos de Calvià y Llucmajor. Tercero,
obligar a dimitir al presidente del Parlament, nombrado hace dos
semanas, para poner en su lugar a otro político que ni siquiera es
hoy diputado, una insólita sustitución para agradecer a UM los
servicios prestados a la izquierda.
Y para culminar tan brillante palmarés, el Govern quiere
suprimir el nombre de «Govern balear», eliminándolo de los rótulos,
documentos oficiales, sobres, cartas, etc. con el consiguiente
gasto. Una operación de imagen que recuerda demasiado a la llevada
a cabo por el último alcalde socialista de Palma, Ramon Aguiló, que
pretendió sustituir el escudo oficial de la ciudad, por un logotipo
que los ciudadanos, indignados, bautizaron como «sa pastanaga» y
que simbolizó el triste final del mandato socialista en Palma, que
tantas ilusiones había despertado en sus inicios. No son estas
iniciativas las que se estaban esperando. Ciertamente, se puede
decir que todavía es pronto. Pero también habrá que admitir que en
lugar de adoptar esas decisiones que sólo benefician a los
políticos, podían haber actuado con mayor inteligencia.
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