La campaña electoral catalana nos tenía reservada una sorpresa
que saltó ayer a todos los medios de comunicación: un diputado
socialista, Miquel Iceta, hombre de confianza de Narcís Serra,
hacía pública su condición de homosexual.
No se hicieron esperar las reacciones y, naturalmente, todas
fueron respetuosas con su decisión. Porque en este país, al menos
sobre el papel, las inclinaciones sexuales de cada cual no son ya
motivo de escándalo, ni de rechazo, ni de críticas. Otra cosa,
claro, es el día a día. Y ésa es la razón esgrimida por Iceta para
proclamar así, a diestro y siniestro, su homosexualidad justo
cuando faltan tres días para las elecciones: contribuir a
«normalizar» la situación de este colectivo, que sigue siendo
objeto de discriminaciones en demasiadas ocasiones.
El intento de este diputado catalán, como tantos otros de
actores o cantantes o personajes de la farándula, por hacer ver a
todo el mundo que ser homosexual hoy debería sonar igual que ser
heterosexual está muy bien. Del mismo modo que en su día sorprendía
ver a un negro en las calles de una ciudad europea y hoy nadie se
inmuta, la lucha que mantiene el colectivo gay es la de llegar a
pasar desapercibido.
Pero quizá el momento elegido para la proclama no sea el más
adecuado. En la recta final de la campaña electoral más reñida de
la historia de Cataluña, cuando el candidato Pujol araña posiciones
a costa de los socialistas, ésta parece más bien una maniobra
política, propagandística y publicitaria de un partido para ganar
un puñado de votos por la vía fácil. Iceta, por supuesto, niega que
su proclama tenga nada que ver con las elecciones. Pero casualmente
él es diputado, socialista y se encuentra inmerso en plena campaña
electoral. Demasiadas coincidencias, ¿no?
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