Se levanta el telón. El nuevo Gran Teatre del Liceu vuelve a vestirse de gala para su reestreno, después del incendio que lo devoró, el 31 de enero de 1994. La Rambla colapsada, el president de la Generalitat, los Reyes, el alcalde de Barcelona, empresarios, intelectuales y una mallorquina, Xesca Llabrés, detrás del escenario, ocupando su lugar de regidora entre monitores y micrófonos.
Llabrés lleva once años en el espacio operístico barcelonés y es ella quien nos ofrece los entresijos de una obra que ha costado 18.000 millones de pesetas y 42 meses de pico y pala.
«Los días previos al estreno "7 de octubre" la actividad fue muy dura, mucho trabajo, muchas horas de ensayos, provando la iluminación... aunque no sufrimos muchos nervios, la presión social del acto se podía respirar en las caras de tensión de todos». La última obra que se representó antes del suceso, 'Turandot', del italiano Giacomo Puccini, volvía a pisar una de las joyas, según Llabrés, de la remodelación: el escenario. «El anterior, de madera, se había quedado anticuado y pequeño y ya no podíamos traer producciones de fuera; en cambio, ahora ya no tenemos que preocuparnos».
Los laterales del escenario, los ascensores, la sala de ensayos y las del coro y la orquesta, que se inaugurarán en diciembre, son otras de las nuevas aportaciones hechas por el arquitecto Ignasi de Solà-Morales, quien asegura haber convertido en «ignífuga» su remodelación. Un telón de acero, que «sólo se levanta "declara Llabrés" cuando vienen los bomberos», es su mayor seguro contra incendios. ¿QUÉ QUEDA DEL LICEU DE 1847?
Y, ¿qué queda del Liceu de 1847? La regidora de Santa Eugènia apunta que «lo mejor del teatro "la sala" ha quedado intacto». La platea y los palcos han sido, simplemente, restaurados, además de contar con la aportación del pintor y poeta Perejaume, quien ha diseñado ocho óculos, bajo el nombre de «Platea abrupta», que adornan el techo de la sala de butacas, con capacidad para 2.400 localidades.
Otro de los cambios que ha sufrido el Liceu es en la propiedad. Si durante 150 años había sido parte de la burguesía catalana, ahora es de titularidad pública. Una manera de que «sea un emblema más de Barcelona, al lado, por ejemplo, de la Pedrera». Este hecho se puede demostrar observando que el pasado fin de semana, declarado jornada de puertas abiertas, 70.000 personas pasaron por las nuevas instalaciones operísticas.
«Se ha trabajado mucho para que deje de ser elitista», añade Llabrés, al tiempo que afirma que «todavía hay muchas cosas que no he tenido tiempo de mirar». El 60% del teatro es nuevo. Por su estilo, hay quien lo compara con la Ópera de Copenhague o el teatro Colón de Buenos Aires. Por su programación, siempre ha entrado en liza con los grandes escenarios europeos, la Scala de Milán o la Ópera de París, y estadounidenses, el Metropolitan Opera House de Nueva York. Sin embargo, Llabrés deja de lado las cábalas y prefiere dar tiempo al tiempo y ver «si estaremos a la altura de todos estos escenarios». Ilusión no les falta, ya que «para que el Liceu volviese a levantar el telón ha trabajado mucha gente, desde instituciones a mecenas».
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