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Bachelard escribió: «Los mitólogos nos han enseñado a leer los dramas de la luz en los espectáculos del cielo». Y ciertamente no hay lectura más olvidada que la de los espectáculos gratuitos del cielo. Basta que nieve en Mallorca para que se encienda en el espíritu de muchos todo un haz de imaginaciones, ensueños y sugerencias vaporosas. Y es que solemos «estar en las nubes». Es un hecho tan incomparable que es inverosímil ocuparse de otra cosa. Planas Montanyà me muestra esta imagen de la Bonanova nevada, hecho acontecido el quince de enero de 1960, y mientras evoca su profundo nirvana del recuerdo habla de «l'any de la neu». La nieve en Mallorca es un episodio meteorológico extraño. Al no ser nada excesivamente común por estas latitudes, siempre nos desconcierta un poco. Las laderas de las montañas nevadas producen una sensación de júbilo como si esa sensación fugitiva, imposible de conservar, nos condujese a la meditación contemplativa. Son razones estético"emocionales. La nieve se «cuartomenguantiza» sin que algunos apenas hayan podido reparar en su plenitud. Cuando salga el sol bravío y ardoroso, habrá sido su estela la memoria de su paso fugaz por la parcela de cielo que nos corresponde. En el campo ver nevar resulta más hermoso y, a la par, inquietante, pues uno vive el miedo a las potencias desatadas de la Naturaleza. Sin embargo la nevada urbana es chocante de por sí. Quizá porque introduce en la domesticidad menuda de las cosas ciudadanas un elemento grandioso profundamente extraño.