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A las puertas de las esclusas de Miraflores, durante el acto oficial de la transferencia del Canal de Panamá, un grupo de obreros y estudiantes gritaron el pasado martes: «¡No más gringos en Panamá»!, dejando claro que 85 años de domeñada paciencia habían sido más que suficientes. Construido entre 1904 y 1914 en terrenos que se apropió Norteamérica, el canal fue durante décadas una especie de símbolo del poder de Washington sobre un continente sudamericano relegado a la categoría de patio o trastienda del imperio yanqui. En Panamá se constituyó la malafamada Escuela de las Américas, en donde durante muchos años se adiestraba a tropas y expertos que posteriormente ponían su fuerza y sus conocimientos al servicio de las dictaduras que hicieron imposible la libertad en un buen puñado de naciones sudamericanas. De la mano y bajo la orden de las poderosas agencias estadounidenses, desde Panamá partían las fuerzas de intervención que entre los años 30 y 70 sofocaron todo atisbo de democratización en esos países del sur cuyos pueblos se negaban a vivir bajo la tutela norteamericana. La situación era tal que incluso en 1977, cuando el panameño Omar Torrijos firmó la actual devolución con el entonces presidente Jimmy Carter -máxima representación honorífica de Washington en la entrega del canal- no pudo dejar de advertir con cierta amargura: «Siempre estaremos bajo el paraguas del Pentágono». Es por todo ello que la actitud un tanto fría y desentendida exhibida ahora por Washington en el momento de la cesión -ningún político de primera fila en activo estuvo presente en el acto-, no hace sino corroborar la postura de una Norteamérica conservadora, incapaz de dar carta de naturaleza a la mayoría de edad del continente sudamericano. Francamente, a estas alturas, y bajo la presidencia del demócrata Clinton, era de esperar un distinto porte.