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Lo sabía. Estaba segura de que no eran seres de carne y hueso. No podían ser igual que el resto de los mortales y gozar de tantos privilegios. Son guapos, altos y ricos y la humanidad se rinde a sus pies. Se llaman Enrique Iglesias, Ricky Martin, Chayanne... y realizan vuelos astrales. Son seres como Demian de Hesse, poseen un aura especial, un estigma, tienen capacidad para desdoblarse y cantar en diferentes países del mundo al mismo tiempo. A la media hora de iniciarse el siglo cantaba Enrique en los platós de Tele 5, en Antena3 y en Valencia mientras brindaba con mamá Preysler y con Chábeli un deseo de felicidad para el infinito lapso de trescientos sesenta y cinco días seguidos.

Los empresarios televisivos estaban la mar de satisfechos. Viene el chico de vacaciones e interpreta aquel tema que le embarcó en el éxito del verano. Ello les permitirá compartir con las cadenas de la competencia la secuencia de la noche más bulliciosa del año y repetirla al término del programa inicial "como sucedió en Antena3" y a la mañana siguiente. En este país todo lo rentabilizamos. 1999 feneció entre abrazos de aquéllos que se venden en lote. Los guionistas de los programas de humor también berrean por cuenta de otros.

Parodian y reproducen programas de emisoras de la competencia y emiten el suyo con absoluta dignidad. Al final, tanta repetición provoca el sueño de verdad, aquél que deberíamos haber cambiado por la ensoñación programada por nosotros mismos a través de un vídeo de alquiler o un compact de nuestro agrado. TV1 ofreció una gala de Nochevieja como las de siempre. La misma propuesta humorística que otros años: Un dúo de cómicos parodiaban el panorama televisivo español y otros aspectos de nuestra sociedad.