La tragedia del pequeño Elián González se está convirtiendo en
todo un circo internacional en el que los grandes maestros de
ceremonias "el norteamericano Bill Clinton y el cubano Fidel
Castro" tratan de atraer hacia sí los focos que les consagren como
protagonistas absolutos de la función. Y en esta función, por
desgracia, sólo hay un protagonista, y es una criatura de seis años
que acaba de perder a su madre de la forma más brutal tratando
desesperadamente de huir de un país que no ofrecía ningún futuro
para su hijo.
Los parientes del niño huidos a Miami alegan este último deseo
de la madre para quedarse con el pequeño y tratar de proporcionarle
las comodidades que en su país no podría conocer. Quizá entiendan
que a base de juguetes, cachorrillos y abundancia Elián se
convertirá en un buen hombre, aunque sea lejos de su padre. Y el
padre, junto con miles de personas correctamente adiestradas por el
régimen, reclama a su hijo para ofrecerle lo único que puede darle:
amor.
La balanza es difícil, porque si bien en Cuba el crío se
desarrollará como el resto de los chavales de la isla, es decir,
con pocas cosas materiales y un buen nivel educativo, sanitario y
familiar, en Estados Unidos tendrá oportunidades que en el país de
Castro se le niegan, aunque le faltará siempre el apoyo de un
padre.
Lo terrorífico de todo este asunto es que la tragedia personal
de un niño de seis años le importe a todo el mundo un comino
"excepto a su padre y a sus tíos-abuelos de Miami" y en torno a su
terrible experiencia los opositores de Castro y los castristas
hayan entablado una lucha feroz por ver quién se queda con el
chico. Un ejemplo más de que, lo mismo en una orilla que en la
otra, lo que de verdad falta es respeto y sentido común.
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