Con la proximidad de las elecciones, el Gobierno se está
lanzando a proponer mejoras en muchos aspectos, desde la rebaja de
impuestos hasta las ayudas al incremento de la natalidad, haciendo
siempre especial hincapié en temas de cariz social, que suelen ser
los que más fácilmente llegan al electorado.
Sin embargo, aunque es de rigor dar un margen de confianza a
cualquier equipo de gobierno, también es necesario apreciar que ni
este Ejecutivo que preside José María Aznar ni ninguno de los que
le precedieron se tomaron realmente en serio el peliagudo asunto de
la natalidad.
España, como toda Europa, se está convirtiendo en un país de
viejos y, como todos sabemos, eso conlleva gravísimas consecuencias
de tipo económico, sanitario y de servicios. Lo que ocurre es que
mientras otros países europeos abordaron el problema años atrás y
van dejando de lado el feo fantasma del crecimiento cero, en
nuestro país las decisiones se van postergando y a nadie parece
importarle lo que ocurra dentro de veinte, treinta o más años.
Ahora nos dicen que la solución está en traer inmigrantes, en
cifras de cientos de miles cada año, para que proporcionen las
rentas del trabajo necesarias para mantener a un enorme porcentaje
de población inactiva. Quizá ésa sea una de las soluciones, pero no
la única ni, seguramente, la mejor. Resolver este problema de
Estado es, en el fondo, sencillo, aunque exige un rotundo cambio de
mentalidad. Ya lo han hecho en otros países y ha funcionado. Lo
único que hay que afrontar es una valiente decisión: la de
reconocer que traer hijos al mundo, educarlos y criarlos es un
trabajo y, como tal, debe ser remunerado. A muchos les sonará
extraña esta idea, pero es la varita mágica que llenaría de niños
nuestras ciudades.
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