Los cavallets danzaron ayer tarde en Pollença al ritmo del flabiol, las xeremies y el tamborino en una jornada que nos devolvió por un momento a la Mallorca de nuestros antepasados. Joan Nadal Vila encabezó la procesión de Sant Sebastià portando el estandarte. Tras él, los cavallets, el regidor Biel Cerdà y su amigo Pedro Socias. Un tamborer vestido de centurión marcaba el paso del estandarte.
Al concluir el oficio en honor al mártir Sant Sebastià, los cavallets y las àguiles bailaron en la puerta de la iglesia. Continuaron sus danzas alrededor de la hoguera, que iluminaba por entero la Plaça Major. Los bailes se propagaron por el Ajuntament, la residencia de la tercera edad, la casa de los balladors y el Club de Pollença. La magia del ritual devolvió por un instante a los asistentes a una época ya olvidada de la que sobreviven muy pocas ceremonias.
El origen de las taules que danzan los cavallets se relaciona con la antigua costumbre de invitar a comer a los benefactores del santo que aportaban a la fiesta trigo y ganado. También era tradición regalar una vela, que se quemaba al cantar la Salve en la vigilia de la fiesta.
Los rituales de entonces ya se han extinguido, a excepción de la danza que nos regalan año tras años àguiles y cavallets y que congrega por una tarde la atención de todas las miradas. La vestimenta ha variado pero conserva ese aire de antaño, y los caballos agarrados a la cintura no restan movimientos a unos danzantes con sus posturas medidas. Tras el éxito se esconden horas de ensayo y la ilusión por participar en una fiesta que aún hoy sobrevive. Los xeremiers, el flabiol y el tamborino no hacen sino contribuir a la fiesta, y unos no serían nada sin el acompañamiento del resto, que convierte el atardecer en una fiesta mágica.
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