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Casi medio centenar de países han debatido durante tres días lo que conocemos como el Holocausto, esa terrible experiencia que sufrieron judíos, rusos, gitanos y miles de personas con discapacidades físicas y psíquicas bajo el régimen de Adolf Hitler durante los años treinta y cuarenta. Quizá ahora, cuando ha pasado ya más de medio siglo desde aquellos terroríficos acontecimientos, sea el momento idóneo para volver la vista atrás, ya en frío, sobre unos hechos que parecían superados. Nada más lejos. En Ruanda, en Bosnia, en Camboya... son muchos todavía los lugares del mundo "incluso en el corazón de Europa, como hemos visto en las sucesivas guerras de la ex Yugoslavia" en los que la sombra de Hitler sigue proyectándose.

Por eso que medio centenar de países debatan, afronten y propongan soluciones para superar aquel drama es positivo, pero insuficiente. En un planeta que cuenta con cerca de trescientas naciones, algunas de ellas envueltas en sangrientas guerras étnicas, la cifra de 47 países se queda minúscula. Sobre todo porque se trata de naciones con una larga tradición democrática, de economías boyantes y con sistemas educativos y sanitarios de primera. Son, en definitiva, lugares en los que el espectro del nazismo queda lejos y resulta difícil de imaginar que pudiera reproducirse a gran escala. Los tres días de debate han servido para tomar conciencia de una parte de la historia de la humanidad "seguramente la más indigna" que muchos han querido enterrar. Ahora estos países han decidido desempolvarla, tragar la hiel del recuerdo "han participado supervivientes de los campos de exterminio nazis" y proponer que nunca más se olvide. Por eso, en los colegios, los niños y jóvenes de esas naciones conocerán a fondo aquellos hechos y, esperemos, los rechazarán de tal forma que jamás pensarán en reproducir algo así.