Apenas unos días después de que medio centenar de países
celebraran un largo encuentro para impedir que algo semejante al
Holocausto vuelva a producirse, la amenaza ultraderechista se
cierne de nuevo sobre Europa. La posible "más bien probable"
entrada en el Gobierno de Austria de un partido ultra ha levantado
ampollas de desconfianza en el seno de la Unión Europea y los 15
socios comunitarios "capitaneados por Francia y Bélgica, que
sufrieron muy duramente durante la invasión nazi" han adoptado ya
una serie de medidas para hacer el vacío político al futuro
gobierno austríaco.
Como es natural, los afectados han puesto el grito en el cielo,
porque les amparan las urnas y alegan que se trata de una cuestión
interna del país aludido y nadie debe inmiscuirse.
Tienen razón. Y eso es lo más dramático: que los votos les dan
la razón. Y ahí es donde los países comunitarios, especialmente
Francia, deberían tomar buena nota.
Porque un gobierno no se forma de la nada, no sale del aire. Se
fundamenta en las urnas y éstas reflejan el sentir de un pueblo
entero. De todos es conocida la simpatía ascendiente que van
tomando los neonazis en algunos países. Francia incluida. En los
últimos años los partidos ultraderechistas y los movimientos
neonazis racistas y fascistas están cuajando entre sectores
juveniles descontentos y nadie desde el poder les pone freno. Lo
que deberían hacer los políticos de hoy "en previsión de lo que
pueda pasar" es preguntarse por qué tanta gente añora ese pasado
que no trajo más que dolor.
Ahora parece que la llegada al poder de uno de estos energúmenos
racistas y fascistas da miedo, pero hace años que venían avisando
de su llegada y nadie quiso cerrarles las puertas.
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