PSOE e Izquierda Unida han logrado alcanzar un acuerdo para
presentarse como aliados a las elecciones del 12 de marzo. El
acuerdo incluye un programa común de gobierno, un pacto de
investidura y un compromiso de candidaturas conjuntas para el
Senado. Para la izquierda es un paso adelante, pero también mucho
menos que lo que en principio había propuesto Almunia. Supone
finalizar una etapa de constantes enfrentamientos entre dos fuerzas
que tienen mucho en común. Pero es también una alianza que
presenta, a priori, un montón de interrogantes.
Entre los puntos más destacables de su hipotético programa de
gobierno destacan la ampliación del aborto, la subida de las
pensiones, el mantenimiento de la presión fiscal y de los
compromisos de España en defensa y europeísmo, la reducción de la
jornada laboral hasta las 35 horas semanales y una profunda
revisión de la normativa que regula las empresas de trabajo
temporal. En fin, toda una retahíla de propuestas clásicas de la
izquierda.
Lo que ocurre es que esa izquierda, al menos parte de ella, ha
gobernado nuestro país durante más de una década y ha tenido mil y
una oportunidades para ampliar el aborto, subir las pensiones,
etcétera. Es decir, para mejorar las condiciones de vida de los
colectivos socialmente menos favorecidos. Y, en términos generales,
no lo hizo. Al contrario, si por algo pasará a la historia la etapa
socialista en España será por una sucesión casi sin límites de
corrupciones y escándalos de todo tipo, desde policiales hasta
financieros.
Lo que ocurre es que ahora cambian las caras y al eterno
enfrentamiento entre González y Anguita sucede la alianza electoral
y programática de Almunia y Frutos. Ojalá el cambio no sea sólo
aparente y se presenten a las elecciones con la convicción sincera
de querer mejorar este país.
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