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Los terribles acontecimientos que están teniendo lugar en El Ejido no son más que una brusca llamada de atención sobre lo que, en el fondo, piensan muchos españoles y sobre lo que podría llegar a ocurrir de no poner un rápido y efectivo remedio. Nos hemos estado llevando las manos a la cabeza por la llegada al Gobierno austríaco de un neonazi defensor del racismo y, sin darnos cuenta, ese mismo racismo se ha instalado entre nosotros de forma silenciosa y ha extendido sus redes hasta estallar a la primera de cambio como una poderosa bomba de relojería.

Y ha ocurrido precisamente en El Ejido, una población almeriense que tiene fama de haber sabido generar una riqueza que ha permitido a miles de inmigrantes del norte de Àfrica instalarse y trabajar allí. Lo lamentable "lo vemos en cualquier parte" es que esa riqueza no se reparte por igual y, desde la misma base de nuestra sociedad, los inmigrantes son desde el momento de su llegada colocados en el arcén, lejos del resto de los ciudadanos. Ayer algunos vecinos de El Ejido se lanzaron en masa a incendiar y apedrear las chabolas y los campamentos donde viven los magrebíes. La acción no merece más comentarios, por lamentable y vergonzosa. Pero sí merece un comentario el hecho de que los marroquíes se vean obligados a vivir en chabolas, igual que muchísimos otros inmigrantes en cualquier ciudad de nuestro país.

De seguir así las cosas "y a nadie parece interesarle que cambien demasiado", la creciente presión migratoria irá creando zonas de marginación cada vez más grandes e incontrolables. Y eso, todos lo sabemos, no hace sino alentar los sentimientos de rechazo de las personas que ya en su interior llevan la semilla del racismo. De ahí al ataque, a la violencia, al despropósito, sólo hay un paso.

En manos de todos nosotros está evitarlo.