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La plaza del mercado tenía, además de la estatua de Antonio Maura y frondosos árboles, un fotógrafo. Marqués era un elemento más del lugar, que hacía las delicias de las gentes de Ciutat como cicerone de los recuerdos ajenos. Los mallorquines le miraban con cierta familiaridad. Era aquel señor de ceño fruncido que en pocos minutos atrapaba para la eternidad la imagen candorosa de la niña que tomó por vez primera el «pan de los ángeles» o de los soldados que siempre se enamoraban de las chicas de servicio y sellaban su amor posando ante la cámara con ojillos tiernos de angelillo de dosel. Normalmente la chica se sentaba en el banquillo de enea y el chico, puesto en pie tras ella, se erguía como una palanqueta y abombaba el pecho. Son muchos quienes aún recuerdan aquel inmenso caballo de madera que utilizaba para las fotos infantiles y que, de noche, permanecía atado con una cadena a uno de los árboles de la plaza esperando incorporarse al trabajo a la mañana siguiente portando en sus lomos dóciles traseros de niños vestidos de marineritos y niñas con lazos y encajes.

El fotógrafo Marqués tomó fotos de toda índole para sacar adelante a su recua familiar. Cuentan que su mujer siempre le acompañaba y esperaba a que la luz cenital desapareciera para descansar su siempre encinta figura.