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Era ésta una noche cualquiera del invierno de 1953. La glorieta de es Born no conocía atascos y el guardia urbano, ataviado a la usanza del momento, soportaba estoicamente el tedio insomne del trabajo apaciguado. Sin embargo, la zona a la que fue destinado tenía unos alicientes que otras no le hubiesen proporcionado. Era la suya, magnífica mirada de la vida ciudadana en lo que se tuvo a bien llamar «el salón de la ciudad». No tan sólo podía apreciar los solitarios paseos de las jóvenes mal casaderas, sino el trajinar de las burguesas damas aburridas de su matrimonio que salvaban su hastío recorriendo las mejores tiendas de la ciudad que se encontraban alrededor de la zona de trabajo del guardia de la foto.
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