Puede parecer una estupidez tratar sobre las costumbres gastronómicas en Mallorca de los visitantes que cada verano recibe la Isla, pero la cosa deja de ser tan tonta si se tiene en cuenta que ya no sólo se decantan por la denominada coloquialmente «comida basura», sino que empiezan a descubrir el que, probablemente, era el último misterio mallorquín que quedaba por conocer a los foráneos: la comida.
Queda claro que en las zonas mayoritariamente turísticas, en las zonas costeras y con grandes playas, siguen comiendo hamburguesas, pizzas, pasta italiana y perritos calientes, acompañado todo por una buena jarra de cerveza o una botella de sangría. Sin embargo, al llegar a la ciudad, es como si cambiasen el chip. Se decantan por probar, y normalmente repetir, los platos más típicos de nuestra cocina. El pa amb oli sorprende a los extranjeros primero por su presentación, en algunos establecimientos servido sobre una teja de barro, y luego por su sabor mediterráneo. Las tapas de frit, tumbet, sopes, llom amb col, trempóo llengua amb tàperes son algunas de las opciones de los turistas.
Los restaurantes del casco antiguo de Ciutat, del Passeig Marítim o de la avenida Antoni Maura son los elegidos para degustar estos platos que, según los propios comensales, varían mucho de los habituales en su gastronomía. Aún así, la españolísima paella sigue siendo la predilección de los turistas que, en muchos casos, la buscan desde el momento en que aterrizan en Son Sant Joan. Dentro de su dieta, como en la de cualquier otra persona, entran también la carne y el pescado, acompañado todo por muchas patatas.
Por norma general, los consumidores no provienen de una nacionalidad concreta, aunque, por número, destacan los ingleses, alemanes y franceses.
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