Nunca antes había ocurrido algo semejante y todavía hoy,
cuarenta y ocho horas después del evento, nadie consigue explicarse
cómo la nación más rica y poderosa del planeta se ve envuelta en
una situación más propia de cualquier república bananera del tercer
mundo. En un país donde 130 millones de habitantes están conectados
a Internet, el cuidadoso segundo recuento de los votos emitidos en
Florida "seis millones, nada menos" deberá decidir quién es el 43
presidente de Estados Unidos, dos días después de cerrarse los
colegios electorales.
La escena a la que asisten atónitos todos los ciudadanos del
mundo se asemeja a un vodevil entre cómico y de suspense y ningún
guionista hollywoodiense se hubiera atrevido a imaginar una
historia como ésta. Al Gore, el candidato demócrata, es el más
votado de los dos, pero George Bush Jr. ha estado a punto de
llevarse el gato al agua por número de votos electorales, que al
final son los que cuentan.
Todos sabían que Florida sería el estado más decisivo, pero
nunca tanto. Ya hace cuarenta años, el entonces candidato Kennedy
se enfrentó a algo parecido, y se mudó a la Casa Blanca por una
diferencia de apenas 120.000 votos. Pero ahora son menos de dos
mil, una cifra ridícula, en un país con cien millones de
electores.
Y lo peor es que todavía faltan por llegar los votos emitidos
por correo, la mayoría de militares radicados en Europa. Se estima
que hasta dentro de diez días no se contarán esos votos,
tradicionalmente destinados al candidato republicano. Así que, de
seguir así la cosa, será ésta sin duda la cita electoral más
extraordinaria de la historia: dos candidatos sin carisma que, a la
postre, han dividido a la sociedad americana exactamente por la
mitad.
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