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En Perú, la democracia es todavía una criatura débil. Diez años de engaño fujimorista han dejado al país inerme ante cualquier especulación, ante cualquier sabotaje. Porque de sabotaje cabe calificar la actuación de aquellos partidarios del fugitivo Fujimori que, hoy, aspiran a envilecer la transición hacia una posible democracia. El presidente Paniagua y otros destacados miembros del Gobierno son al presente víctimas de la insidia, de esa campaña de desprestigio que Fujimori orquesta desde su confortable exilio, apoyado por la complicidad con la que todavía cuenta en el interior del país. Alberto Fujimori pretende convencer al pueblo peruano de que está ante lo de siempre, ante un régimen ya corrupto en el que nadie se halla libre de culpa. Próximas las elecciones del 9 de abril, Fujimori y sus secuaces maquinan crear en el seno de la sociedad peruana un caos del que nadie se salve. La táctica es vieja, se trata de ensuciarlo todo a fin de que el ciudadano se desoriente en su convocatoria ante las urnas. Las manifestaciones y contramanifestaciones se suceden, contribuyendo a aumentar la sensación de desorden. En tales circunstancias el ciudadano está obligado a elegir entre opciones no siempre fáciles. Alejandro Toledo, o el recién aparecido Alan García, suponen apuestas de riesgo en un momento en el que la sospecha se erige en horizonte de guía para aquellos que se mueven en la incertidumbre. Existe una conspiración contra la transición peruana; contra aquellos que desde la buena voluntad y una cierta fe en el porvenir de la nación, aspiran a la celebración de unos comicios limpios, ajenos a la manipulación que persiguen los herederos del fujimorismo. En Perú, la opción es clara: o se decide por una democracia que con todas sus limitaciones puede caminar hacia el futuro,o se deja el país a merced de unos nostálgicos fujimoristas acerca de cuya trayectoria está todo dicho. El miedo es libre, pero la opción por la decencia pública, por la dignidad nacional, deben cuando menos invitar a los peruanos a reflexionar muy en serio en torno a esa década de engaños, de falsa prosperidad que, como era de suponer, ha acabado por conducir al desastre.