Los mallorquines ya no sabemos muy bien a qué atenernos desde que
el Tribunal Superior de Justicia de Baleares ha anulado la
moratoria urbanística que aprobó el Consell Insular en 1998 y en
base a la cual quedaron sin efecto los planes para edificar 74
urbanizaciones. Para los ecologistas "y para cualquiera que ame
esta tierra y desee conservarla con la mayor protección posible" la
sentencia es una mala noticia, pero también hay que tener en cuenta
los fundamentos de los jueces para obrar así. Resulta que el
Consell no tenía en ese tiempo competencias urbanísticas como para
llevar a cabo semejante moratoria. Y eso, claro, es ilegal.
Lo que choca de todo este asunto, pendiente de recurso ante el
Supremo, es que una institución de la importancia del Consell
Insular se deje llevar por arrebatos políticos, ideológicos o
propagandísticos a la hora de cumplir con su tarea, pasando por
encima de la ley. Las consecuencias ya las estamos viendo: hay que
desandar lo andado. Un desastre que, pese a todo, no tendrá las
consecuencias negativas que pudieran esperarse porque poco tiempo
después de aquella moratoria, el Govern, haciendo uso de sus
competencias, aprobó las DOT (Directrices de Ordenación del
Territorio), que vienen a prohibir igualmente la mayor parte de las
citadas urbanizaciones.
De forma que quienes defienden la protección del territorio y
propugnan poner freno a la destrucción del paisaje, pueden, más o
menos, respirar tranquilos. Lo peor que podría pasar es que los
promotores afectados exijan indemnizaciones por el daño causado a
sus intereses y entonces todos los ciudadanos de estas Islas
tendremos que rascarnos el bolsillo. Al final, como suele ocurrir,
las consecuencias de los errores políticos las pagamos entre todos.
Quizá, después de esta advertencia, las instituciones aprendan a
ejecutar sus planes con menos apasionamiento y con más tiento.
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