Los Pérez, Francisca y Segundo, humilde matrimonio de Can Capas, tienen un grave problema. Su hijo, deficiente mental "dice la madre que hay momentos que no sabe ni quién es, ni dónde está ni en qué día se encuentra", es animado por una pandilla de amigos para que cometa robos, y él, a quien hacen creer que es el mejor, los comete, dejando huellas por todas partes, lo que hace que la policía lo tenga completamente fichado.
«El chico nació normal, pero a los seis años se cayó de un tobogán y ahí comenzaron los problemas "dice la madre". Tras operarle, como no podía ir a clase con los chicos normales, le mandaron a Mater Misericordiae, donde permaneció hasta cumplir los 17 años, en que tuvo que abandonar el centro. Desde entonces, no sé dónde meterlo. Aparte de que no le dan ninguna paga por su deficiencia mental, ni siquiera una paga no contributiva, y eso que tiene 87 grados de minusvalía, como no puede estar en ningún sitio, le tengo en casa, de donde sale y entra cuando quiere. Aquí sólo viene a dormir y a comer. En según qué momentos se pone violento».
Francisca extiende sobre la mesa camilla un montón de denuncias. «¿Qué podemos hacer contra eso? Él no quiere robar, pero como no está en sus cabales le convencen y lo hace, y como deja huellas por todas partes, la policía viene a casa y se lo lleva. Hay veces que está hasta dos o tres días detenido sin tomarse la medicación, pues ni se acuerda de ella».
Estos padres, con una mísera pensión, con otra hija deficiente, sólo piden que encuentren un centro donde puedan ingresar a su hijo, porque está claro que así, durmiendo, a veces violentándose con quienes tienen más cerca y robando, no puede seguir.
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