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Las celebraciones del Viernes Santo culminaron ayer en la Catedral de Palma con tres actos consecutivos. El primero de ellos fue la celebración litúrgica, seguida del davallament del cuerpo de Cristo crucificado y de la Procesión del Santo Entierro. Estos tres actos estuvieron presididos por el obispo Teodor Úbeda, quien se refirió al Viernes Santo como «el paso de Jesús de la muerte a la vida».

El inicio de la liturgia destacó sobre todo por la carencia de sonidos de órganos y coros, así como de ornamento alguno, debido al carácter de profundo recogimiento de esta celebración. El silencio protagonizado por los asistentes reflejó el respeto de los mismos ante este especial acto.

Después de la liturgia, se procedió al davallament, un auto sacramental mallorquín que data de la Edad Moderna. Lo curioso de esta escena es la participación de los 16 caballeros, vestidos de frac, que no pertenecen a ninguna orden en especial. Esta tradición se remonta al siglo XVI, cuando las cabezas visibles de las familia Descatlar, Valentí y Quint se unieron para pagar ese oficio. Hoy en día son sus descendientes los que siguen asistiendo a ese oficio. La cabeza visible de los Descatlar en la actualidad es la marquesa de Palmer.

La figura articulada de Jesús en la cruz se colocó con mucho cuidado sobre una tabla situada bajo el altar mayor. Posteriormente se inició la procesión por el interior de la Seu, que concluiría en el altar mayor donde una urna acogió el cuerpo de Cristo. Cerca de 2.000 personas se acercaron hasta la Seu para contemplar el emotivo acto.