Se ha producido un nuevo paso en el «caso Ertoil» y esta vez
reviste mayor importancia. El protagonista de esta historia, Josep
Piqué, ministro de Exteriores de Aznar, asegura que tiene la
conciencia muy tranquila, como también la tuvieron en su día otros
célebres procesados de gobiernos anteriores, que acabaron con sus
huesos en la cárcel. La Junta de Fiscales del Tribunal Supremo ha
decidido que el ministro debe ser citado como imputado por
supuestos delitos de apropiación indebida, alzamiento de bienes y
delito fiscal, todo un rosario de flores que ninguna persona
decente quisiera tener el dudoso honor de llevar.
Pese a la gravedad del asunto, en el Partido Popular quieren
ganar tiempo, reiteran que confían enteramente en su ministro, que
ya se le investigó y que es trigo limpio. Puede ser, todo el mundo
tiene derecho a la presunción de inocencia, pero entonces choca la
decisión de la Fiscalía del Supremo, aunque no será definitiva,
pues aún faltan otros pasos por recorrer. En este sentido,
precisamente se han pronunciado algunos políticos de oposición,
exigiendo al jefe del Gobierno que no obstaculice la presencia
final del ministro ante los tribunales y que le aplique la misma
vara de medir que imponía a los socialistas cuando estaban en el
poder. De hecho, los populares recuerdan que el «caso Ertoil» se
produjo en 1991, cuando gobernaban los socialistas, que dieron el
visto bueno a la operación que ahora se investiga y que fue una
actividad privada de Piqué, sin relación alguna con su posterior
vida política. Bonito argumento, si no fuera falaz. Pues los
indicios de criminalidad en un personaje público le afectan de por
vida, tengan o no que ver con su gestión política, pues nadie
quiere a un «delincuente fiscal» en el equipo que dirige su país.
Ahora la Justicia debe pronunciar y, cuanto antes, mejor.
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