Ha ocurrido lo que los más agoreros se temían: varios países
europeos han bloqueado por precaución la entrada de todo el aceite
de oliva español. La medida tomada por la ministra de Sanidad de
prohibir la venta de aceite de orujo de oliva está provocando
confusiones, temores y parece ser que algunas consecuencias muy
negativas que podrían haberse evitado. Está claro que la detección
de sustancias cancerígenas en cualquier producto alimentario exige
medidas inmediatas y contundentes. Pero nadie desde la
Administración ha sabido explicar a la opinión pública qué
cantidades de benzopireno se han encontrado en el orujo y hasta qué
punto son peligrosas.
De ahí que lo mismo los productores que los consumidores hayan
reclamado datos científicos que respalden la decisión
institucional. Entre tanto, el daño ya está hecho. Y los expertos
aseguran que contiene el mismo nivel de esa sustancia peligrosa un
solo cigarrillo que cien litros de orujo y, en cambio, nadie ha
dado un paso para prohibir la venta de tabaco por sus "esta vez sí,
comprobadísimas" consecuencias nefastas para la salud.
Quizá en este caso convergen varios frentes, como puede ser el
temor gubernamental a que pudiera repetirse el terrorífico caso del
aceite de colza, que todos recordamos, y también el peso de los
intereses comerciales de los países competidores en este
sector.
Nadie duda de que Italia y Grecia se benefician muy directamente
del bloqueo español y, aunque su aceite de oliva es de peor calidad
que el nuestro, varios países europeos se lanzarán en picado a
consumirlo. España tiene que reaccionar de inmediato a nivel
internacional para salvar a un sector que, en su conjunto, no
ofrece más que extraordinaria calidad y buen precio.
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