Ocurre con frecuencia que las soluciones más sencillas resultan
a la larga las más prácticas y las más eficaces. Así, la que
defiende el sociólogo francés Alain Touraine, quien, refiriéndose a
los problemas que causan y pueden causar los movimientos de
población en Europa, ha adelantado, aun a riesgo de rozar el
tópico, que la cuestión de la emigración puede resolverse siempre
que las mayorías reconozcan a las minorías y las minorías a las
mayorías. Algo, por descontado, más fácil de decir que de hacer,
aunque en ningún caso imposible de llevar a cabo.
Quizás habría que empezar por establecer una prudente reserva
ante esa idea de «homogeneidad» que postulan algunos, ya que la
idea de un país homogéneo, alimentado por un discurso cultural
único, puede resultar no tan sólo horrible y empobrecedora, sino
también peligrosa, admitida la tentación totalitaria mechada de
vulgares consideraciones étnicas. Lo ideal, a juicio de Touraine,
es la interculturalidad, siempre preferible a la simple
multiculturalidad por razones de pura ósmosis social. Pensemos, por
ejemplo, que tal y como están las cosas, y por mucho que
determinadas instancias políticas interesadas en el asunto digan lo
contrario, hoy supone una auténtica osadía el hablar de una cultura
europea única.
Europa es el producto del cartesianismo francés, la solidez
intelectual germana, el brillo latino de las artes italianas y
españolas, o la lógica práctica británica, por citar a vuelapluma
unos rasgos tan significativos como aproximados. Y ese producto se
entiende en cada caso como una parte del todo, de un todo que en el
fondo no es gran cosa.
No, las cosas no van por ahí. Es necesario que se imponga la
noción del reconocimiento de las personas como «semejantes y a la
vez diferentes». Porque a la luz de dicha noción, inmigrantes y
emigrantes pueden tener suficientemente claro cuál es el rol social
que deben adoptar. Naturalmente que para ello es casi
imprescindible que se dé una intervención activa de las
instituciones que fomente la tolerancia. Algo que, por el momento,
no se observa, cuando menos de forma generalizada.
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