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El lehendakari Ibarretxe iniciaba ayer a mediodía una nueva andadura al frente del Gobierno vasco con el sabor amargo en la boca de una nueva muerte por parte de ETA. Pero el día estaba lejos de haber terminado, pues avanzada la tarde el zarpazo terrorista volvía a actuar segando de forma brutal la vida de un alto cargo de la Ertzaintza guipuzcoana. No en vano Ibarretxe había colocado en el lugar más destacado de su agenda de asuntos pendientes para estos próximos cuatro años la consecución de la paz y lo hacía desterrando para siempre la idea de crear nuevos foros experimentales como el de Lizarra, que resultados tan penosos han procurado. En este período que ahora comienza será el Parlamento vasco "que representa las sensibilidades políticas de todos los ciudadanos del País Vasco" el encargado de llevar a buen puerto cualquier iniciativa pacificadora.

Pero eso, por lo visto ayer, está lejos todavía. ETA no se resigna a quedarse en segundo término. Los ochenta mil votos abertzales que el PNV se llevó en las pasadas elecciones hablando de paz y autodeterminación han dolido en los sectores más duros del independentismo. Euskal Herritarrok ha perdido voz y votos y, tras ellos, los terroristas deben sentirse más solos que nunca. Por eso han querido gritar más fuerte aún asesinando a dos ciudadanos: José Javier Múgica, un concejal bueno y noble de un pueblo navarro, y un ertzaina, Mikel Uribe, que recibió dos disparos en la cabeza.

Esos mismos disparos, qué duda cabe, son una llamada de atención tanto para el nuevo Gobierno vasco como para el de la nación, que deben ponerse de inmediato a trabajar, hoy mejor que mañana, para atajar con seriedad, con firmeza, sin descartar ninguna vía y sin fisuras, el principal problema que arrastra este país.