Las relaciones entre los hoteleros de Balears y el conseller de
Turisme, Celestí Alomar, son nulas. Triste noticia, verdaderamente,
en una comunidad que vive prácticamente en exclusiva del negocio
turístico. Con conflictos tan recientes como los de la huelga de
transportistas y las de pilotos, que han causado un grave daño a la
imagen balear en el exterior, unas relaciones tan tensas entre dos
pilares de la economía isleña no pueden conducir a nada bueno.
De entrada, ambas partes valoran la actual campaña estival de
forma muy divergente y mientras el Govern habla de paridad con la
temporada anterior, los hoteleros empiezan las rebajas en pleno mes
de julio para intentar llenar las plazas que tienen vacías. Cabría
preguntarse si esta política de llenar a toda costa, aunque sea con
turismo «de alpargata», nos conviene a todos. Quizá los hoteleros
cubran su cupo de ganancias, pero esta clase de turismo de bajísimo
poder adquisitivo no contribuye en nada al gasto turístico
general.
No es un panorama recomendable, aunque lo más probable es que la
situación real no sea ni tan idílica como la pinta Alomar ni tan
terrible como la ven los empresarios. Aseguran éstos que hace ocho
años que no se vivía semejante bajón de reservas y hablan de
«salvar la temporada» como si se vieran ya al borde de la ruina. La
apocalíptica fotografía que los hoteleros sacan de la actualidad
turística balear es, seguramente, exagerada, aunque no estaría de
más una reunión, un diálogo, un intercambio de informes, de
pareceres, de perspectivas, entre unos y otros para calibrar el
verdadero estado de la situación.
Resulta increíble que en Balears no se dirijan la palabra los
responsables políticos del turismo y los hoteleros, que son parte
importante del negocio. Quizá la bajada de visitantes de este año
sea leve, pero podría augurar otras mayores el próximo año, cuando
se pone en marcha la ecotasa y se consolidan los destinos
mediterráneos alternativos.
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