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El mundo está inmerso en una vorágine difícil de analizar, de consecuencias imprevisibles y de múltiples y complejas ramificaciones. Está en juego nada menos que la estabilidad mundial y la posibilidad de que todo lo que conocemos y damos por seguro se vuelva del revés, convirtiendo nuestras vidas en un infierno. Todos lo sabemos y los informativos, los analistas y los periódicos no dejan de recordárnoslo.

La magnitud de la catástrofe ocurrida y tal vez de la que se cierne sobre nosotros ha tenido un efecto positivo "aunque parezca imposible" y es el milagro de relativizar los asuntos más próximos. Lo que hace dos semanas parecía importante de pronto deja de serlo. Afortunadamente la nueva forma de medir la realidad ha llegado también a la política de esta Comunitat.

En estos momentos las dificultades "por otra parte previsibles " entre Unió Mallorquina y los restantes partidos que integran el Pacte de Progrés tienen una importancia mínima. El presidente del Govern, Francesc Antich, y la presidenta de UM, Maria Antònia Munar, se han percatado de que ahora a la opinión pública balear le importan muy poco sus diferencias y han decidido aparcar los asuntos pendientes. No es que el modelo de sociedad o el crecimiento urbanístico sean cuestiones baladíes. Todo lo contrario, pero el 11 de septiembre ha dado un giro a todo. Pendiente de lo que pueda ocurrir en cualquier punto del planeta, lo que la ciudadanía balear quiere es que las instituciones funcionen. Obviamente, los problemas internos del Pacte siguen sin resolverse y estamos ante una tregua en espera de tiempos mejores o peores. La crisis internacional es una simple cortina que ha proporcionado a Antich y Munar una salida más o mensos airosa a una crisis local que les estaba perjudicando. Al menos, hay que reconocerles la habilidad de haberse dado cuenta a tiempo de que debían parar. Queda todavía un largo trecho hasta las elecciones autonómicas y tiempo habrá para volver a los enfrentamientos. Pero ahora no es el momento.