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Las repercusiones de la insularidad en la vida diaria de los ciudadanos de Balears se hacen patentes cada día. Sin embargo, estas repercusiones adoptan tintes dramáticos cuando de lo que se trata es de la asistencia sanitaria. La carencia en las Islas de, por ejemplo, una unidad de grandes quemados, o de la infraestructura necesaria para realizar trasplantes de corazón o de hígado son argumentadas desde el Insalud con razonamientos de que no serían servicios experimentados dado que su actividad sería muy limitada. Ante ello, es obligado tener que desplazarse a la Península con los gastos y trastornos que ello representa. No obstante, el Insalud no compensa económicamente este déficit de infraestructura en las Islas y muchas familias se ven abocadas a la ruina para conseguir ese acceso a la atención sanitaria que debe ser igual para todos.

Este es el caso de María Martínez Ramis, una mujer de 60 años que en la década de los ochenta, en una trasfusión de sangre en Palma, le fue contagiado el virus de la hepatitis C y que le ha llevado a necesitar un trasplante de hígado. El 5 de julio fue llamada para trasladarse a Barcelona ya que su turno para trasplante había llegado. El Insalud corrió con el gasto de su billete de avión y el de un acompañante pero una vez en Barcelona «búscate la vida hasta que encuentren un donante», denuncia su hija y la cuñada de ésta, Cati Redondo y Carmen Vicho. Han pasado más de tres meses y llevan ya gastados más de un millón de pesetas «y pronto tendremos que hipotecarnos si el trasplante no llega pronto».

En Barcelona están pagando 140.000 pesetas al mes por un estudio y «mis hermanos mayores, que son los donantes de sangre para la operación (uno de ellos tiene que estar siempre con su madre por si llega el donante), se tienen que ir turnando y van y vienen a Mallorca porque tienen que seguir trabajando». El Insalud no se hace cargo de este coste pese a que se ven obligados a estar cerca del Clínic de Barcelona y «sólo paga 400 pesetas diarias en dietas al enfermo y al acompañante que ya veremos cuándo las cobraremos».

«Si sigue la espera tendremos que hipotecarnos y si no nos queda dinero tendremos que volvernos sin que se haga el trasplante y se morirá», advierten desesperadas al tiempo que denuncian que si vivieran en Barcelona no tendrían estos problemas.