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Maria Antònia Munar acaba de lanzar a la palestra una idea que, sin duda, hallará reacciones encontradas en la ciudadanía. El asunto de fondo es de interés para todos y su importancia no se le escapa a nadie: la inmigración. Si prestamos oídos a las previsiones económicas pesimistas que auguran algunos, es seguro que la constante llegada de inmigrantes a nuestras Islas acabará convirtiéndose en un problema en cuanto el empleo empiece a resentirse.

La propuesta de Munar consiste básicamente en garantizar que los inmigrantes se instalen entre nosotros sólo mientras tengan trabajo y regresen de inmediato a sus países de origen cuando lo pierdan. Se trataría, por supuesto, de aplicar este método a los que no están regularizados. Lo cual provocaría dos problemas: uno, que sería muy dificil localizar a quienes han perdido su trabajo, y segundo, que las duras consecuencias de la pérdida de empleo las pagarían, precisamente, los que están en peores condiciones.

La de Munar es sólo una idea que, aunque discutible, tiene una virtud: la de plantear soluciones, la de abrir un debate necesario. El fenómeno de la emigración ha alcanzado dimensiones extraordinarias en los últimos años y, de seguir así la evolución en los países pobres, no dejará de crecer. Por eso es necesario afrontar el asunto con valentía, sin hipocresía ni demagogias.

Quizá la propuesta de la que hablamos no sea la mejor de las posibles "se aplica en muchos países del mundo", pero servirá para iniciar un proceso que tal vez consiga alcanzar un objetivo: asegurar un futuro digno a las personas de otros lugares que decidan vivir y trabajar aquí. Sólo respetando escrupulosamente la legalidad podrán garantizarse los derechos de esas gentes y, a la vez, los de quienes les acogemos.