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El president del Parlament, Maximilià Morales, inauguró ayer con toda solemnidad y sin servicio de megafonía las nuevas instalaciones que acogerán los despachos de los grupos parlamentarios y otras dependencias: el precioso edificio bautizado con el nombre de Ramon Llull, antiguo Can Salas. Por cierto, lo de otras dependencias es accesorio, porque lo realmente importante es que Sus Señorías por fin tendrán espacio suficiente para organizar incluso competiciones de patinaje por Islas, ante la cantidad de espacio que van a tener ahora. Un diputado llegó a decirme que se iba a la sauna y no supe adivinar si era verdad o mentira.

Tras la magnífica restauración del edificio que han hecho los arquitectos Jaume García-Ruiz, Luis García-Ruiz, Ignacio Arzubialde y Salvador Juan, ayudados por el ingeniero Felipe Munar y con la coordinación de José María Caldentey, a los diputados se les han acabado las excusas y si la legislatura ha sido prolífica hasta la fecha, los dos años que quedan prometen generar una avalancha de leyes y proposiciones, con el permiso de UM, del Pacte global y hasta del diputado Joan Buades. Por supuesto y por encima de todos los demás.

La inauguración estaba prevista para las dos de la tarde, una hora nada torera, pero una de las variadas comisiones de investigación a las que se han dedicado este año los diputados provocó que los invitados tuvieran que esperar más de un cuarto de hora.

Seguramente el president del Parlament se disculpó por la tardanza pero nadie se enteró porque, insisto, el Parlament se inauguró con solemnidad, pero sin megafonía. Los imponderables técnicos se arreglaron, precisamente, cuando el president daba las gracias a todos los invitados por haber acudido a la cita.