Claudia Schiffer estuvo de compras anoche en Jaume III. La acompañaba una amiga, el chófer y un guarda de seguridad tan embustero como grande, porque, «¿Se ha ido ya Claudia?», le preguntamos. «Hace diez minutos que se fue», respondió.
Alguien que los había visto llegar nos dijo lo contrario. «Sigue en la tienda; los coches los tiene aparcados ahí». Y ahí era enfrente, donde dos señales de tráfico indicaban que estaba prohibido aparcar, pero como estaba anocheciendo, por allí no había nadie con autoridad que lo impidiera. Bien. Sabedores tanto el chófer como el de seguridad que sabíamos que Claudia estaba en la tienda, diseñaron el plan para sacarla, que fue el siguiente: el guarda, ni corto ni perezoso, para el tráfico en pleno Jaume III, para que el chófer, ya en el BMW, gire 180 grados sobre la avenida y aparque en la acera de enfrente, delante de la tienda, donde también está prohibido aparcar.
Claudia, que viste de azul, y que se ha puesto unas gafas de lo más fashion para llamar más la atención, se mete en el coche como si se hubiera largado sin pagar la factura, ¡deprisa, deprisa!, eso sí, sonriendo, mientras que el chófer arranca sin apenas dar tiempo a que la amiga entre por la otra portezuela. A todo esto, el de seguridad se colocaba entre ella y la fotógrafo, pero tan mal, que la pobre Claudia se las llevó todas. Así que yo de ella, le ponía de patitas en la calle ya, por montar la que montó en plena vía pública, y por no impedir que le hiciéramos las fotos. Claro que la única culpable es ella, por permitirlo.
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