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Tras una media jornada metido en una floreada camisa hawaiana y dedicado exclusivamente a no hacer nada, y cuando todos pensábamos que se iban a quedar en casa, Clinton, de chaqueta y pantalón oscuros y camisa abierta, sin corbata, su hija, Chelsea, y el séquito, abandonaron es Canyar, de donde tres cuartos de hora antes había salido la anfitriona, Cristina Macaya.

Estaba claro que iba a cenar por ahí, o quién sabe si a tomar una copa. Sabíamos que los del Cappuccino estaban alerta por si le daba por volver. Pero no, esta vez pasaron de largo de la terraza del Passeig Marítim. ¿Dónde, pues?

A primeras horas de la noche, dos hombres de negro se habían acercado hasta un conocido restaurante, especializado en pescado, próximo al Passeig Marítim, para reservar una mesa, haciéndole saber al dueño que era para el ex presidente Bill Clinton. Sobre las diez de la noche, esos mismos hombres de negro advirtieron a la dirección de dicho restaurante que la comitiva se encaminaba hacia allí, mas pasó el tiempo sin que apareciera nadie por el lugar salvo un par de periodistas avisados por alguien que Clinton iba a cenar allí. Pero no. La cena fue en Flanigan, donde ocuparon una mesa próxima a la que compartían el rector de la UIB, Llorenç Huguet, y su hermano Joan, diputado, quienes por la mañana le habían recibido en Son Sant Joan. Clinton, que los reconoció, los saludó. ¿Que de qué cenaron? De pescado. Y de postre, un helado de fresa, su pasión.

Entre una cosa y otra permanecieron en el restaurante algo más de hora y media. Clinton, tras pedir la cuenta, se levantó a abonarla con la tarjeta de crédito, seguramente la American Express. Luego, tras saludar y estrechar manos a cuantos se le acercaron "y también a quienes estaban sentados a su alrededor", conversó durante dos minutos con Jason Moore, del «Majorca Daily Bulletin», a quien le dijo que «siempre que pueda intentaré regresar a Mallorca», lugar del que tanto él como esposa e hija están «encantados».