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Isabel, una mujer a la que ha maltratado la vida, afronta una Navidad solitaria
Días atras coincidimos con ella en Can Gazà, a donde había ido con su hija a padir ayuda tras haber sido agredida por alguien que no quieren mencionar. Jaume Santandreu le dijo que dinero, desgraciadamente, no le podían dar, «pero pasad, comed lo que queráis y si no teneis adónde ir, quedaos». «Donde ir sí que tenemos, al menos esta noche. Mañana a lo mejor no tenemos ningún sitio». Cuenta Isabel, pues así se llama, «que nos han echado de la cueva donde vivíamos y hemos tenido que ir a pasar la noche a una pensión donde nos han cobrado 4.000 pesetas. Apenas hemos podido ducharnos pues el agua estaba tan fría que te congelabas». Isabel es de las personas que tras haberla escuchado un rato, te anima a vivir como vives, pues te das cuentas de que hay alguien que vive infinitamente peor que tú, y que sin embargo lo lleva con resignación. Esa es la grandeza de esta pequeña mujer, madre de ocho hijos, tres ya fallecidos, «entre ellos Cristobalita, que cuando murió pesaba 27 kilos; dos hijos se los quitó el tribunal y otros dos que andan por ahí. «Una es ésta, que está conmigo "la señala", y los otros dos ni idea de dónde puedan estar». En sus mocedades fue artista. Cantaba fandangos en Casa Valles, «que aunque fueran putas no era ninguna casa de putas, sino un local de música», en el que ni alternaba, ni bebía con hombres. En su vida hay un periodo oscuro del que ni se quiere acordar, por el que pagó con años, «todo por amor a mis hijos», se limita a decir. Parece ser que con el marido, con quien se ennovió en 1952 y se casó en 1964, no se llevaba muy bien, y menos tras haberse escapado unos días con un gitanillo. «A mi marido me lo mató un coche en un semáforo cerca de Can Blau. El tribunal se llevó a dos de mis hijos que luego se los dio a unas familias, y ella "señala a su hija" se tuvo que ir al Temple. Todo porque mi marido, antes de morir, había hablado mal de mí y le hicieron caso, cuando a mí, y eso toda la Soledad lo sabe, no me ha quedado otro remedio que ir a robar al campo para dar de comer a mis hijos, cosa de la que él nunca se ocupó». Confiesa que no ha tenido más maridos, «sólo uno, pero muchos amantes». Isabel, a pesar de las circunstancias adversas en las que sobrevive, ha tenido humor para maquillarse un poco y acicalarse con rímel las pestañas. «¿Que qué haremos en Navidad? "mira a su hija y ésta agacha la cabeza". Pues imagíneselo. Con nada, no podemos hacer mucho».